Según el DSM-5 y la CIE-10, para hacer un diagnóstico de discapacidad intelectual deben cumplirse tres criterios básicos:
• Déficit de las funciones intelectuales, como el razonamiento, la resolución de problemas, la planificación, el pensamiento abstracto, el juicio, el aprendizaje académico y el aprendizaje basado en la experiencia, confirmados mediante una evaluación clínica y pruebas de inteligencia estandarizadas individualizadas
• Déficit del comportamiento adaptativo que produce una incapacidad de cumplir los estándares de desarrollo y socioculturales apropiados para la autonomía personal y la responsabilidad social. Sin apoyo continuo, las deficiencias adaptativas limitan el funcionamiento en una o más actividades de la vida cotidiana, como la comunicación, la participación social y una vida autónoma en múltiples entornos tales como el hogar, la escuela, el trabajo y la comunidad
• El inicio de los déficit intelectuales y adaptativos es durante el período de desarrollo.
El diagnóstico requiere de una evaluación profesional exhaustiva de la inteligencia y del comportamiento adaptativo. A menudo niños con DI son derivados a buscar tratamiento debido a su comportamiento y no a su baja inteligencia. Las formas moderadas y graves de DI se detectan antes porque los hitos del desarrollo están marcadamente retrasados. Las formas más leves se hacen evidentes durante los primeros años escolares, producto de las dificultades académicas, o incluso más tarde, durante la adolescencia.
Una evaluación completa debe incluir preguntas detalladas acerca de:
• Los antecedentes médicos de los padres y la familia: trastornos genéticos, infecciones durante el embarazo, exposición prenatal a toxinas, daño perinatal, prematuridad y trastornos metabólicos
• Desarrollo: lenguaje y habilidades motoras, habilidades sociales, compresión y cálculo
• Ambiente en el que crece el niño: educación, recursos y ambiente familia.
Es fundamental la realización de un examen físico (por el profesional de salud mental o el pediatra) centrado en los síntomas asociados a la DI. Por ejemplo, la apariencia de la cara (p.e., la cara amplia y plana del síndrome de Down) (Conor, 1999) o la presencia de manchas de Brushfield (pequeñas manchas blancas o grisáceas/café en la periferia del iris, también frecuentes en el síndrome de Down) que indican la posibilidad de una DI.
La evaluación del CI es obligatoria en todos los casos en que se sospeche una DI. La evaluación de CI debe realizarse (si es posible) utilizando una de las escalas ampliamente utilizadas que han sido estandarizadas para la población específica (o culturalmente similar) (p.e., los datos normativos obtenidos en la población alemana no debiesen ser utilizados en niños chinos). Entre las escalas más utilizadas se incluyen la Escala de Inteligencia para Niños de Wechsler y la Escala de Inteligencia Stanford-Binet.
También es útil evaluar el comportamiento adaptativo. Para esto, se comparan las habilidades funcionales de un niño con las de otros niños de edad y educación similar. Existen muchas escalas de comportamiento adaptativo, como la Escala de Comportamiento Adaptativo de Vineland y el Sistema de Evaluación de Comportamiento Adaptativo-II, sin embargo, una evaluación precisa del comportamiento adaptativo también requiere un adecuado juicio clínico.
Los estudios de laboratorio están indicadas en todos los pacientes con DI en los que su etiología no es clara, ya que pueden tener implicaciones significativas para el tratamiento, el pronóstico y la prevención. La magnitud de estas investigaciones dependerá en gran medida de los recursos de los padres y de la disponibilidad de estas pruebas en el país específico.
Diagnóstico Diferencial
El término “retraso del desarrollo” es un concepto más amplio que el de DI. El primero indica que los niños tienen dificultades en una o más áreas del funcionamiento adaptativo, lo que no implica necesariamente que tengan dificultades significativas en las habilidades cognitivas. No todos los niños con un retraso en el desarrollo tienen una discapacidad intelectual.
Entre los cuadros clínicos más comunes que pueden ser diagnosticados erróneamente como una DI están los trastornos específicos del desarrollo y el mal rendimiento escolar. En los primeros, los niños pueden presentar una discapacidad debido a que tienen problemas en una o varias habilidades académicas cuando en realidad tienen un CI promedio. En el segundo, un bajo rendimiento académico puede deberse a otros factores como la presencia de depresión o una baja asistencia escolar. Aunque es poco frecuente, también debe excluirse la posibilidad de una deprivación ambiental grave, que puede presentar síntomas similares a los de la DI (p.e., en niños en orfanatos gravemente deprivados y con baja estimulación). Muchos niños con un trastorno del espectro del autismo también tienen DI además de síntomas específicos del trastorno del espectro del autismo. En estos casos, ambos diagnósticos deben ser considerados.
Funcionamiento Intelectual Límite
El límite entre un CI “normal” y “bajo el promedio” no es rígido, dado que para hacer un diagnóstico de DI también debe haber un impacto negativo psicosocial en el individuo. Las personas con un CI en el rango de 71 a 85 − funcionamiento intelectual límite, que afecta a alrededor del 7% de la población − no tienen un impacto negativo suficiente para justificar un diagnóstico de DI, sin embargo, tienen dificultades considerables debido a su capacidad cognitiva limitada. Pueden ser capaces de realizar sus actividades cotidianas y un trabajo simple sin ayuda, pero son más vulnerables a los eventos estresantes y más propensos a desarrollar un trastorno psiquiátrico.
Dimensiones sobre las que se identifica la discapacidad intelectual
https://iacapap.org/content/uploads/C.1-Discapacidad-Intelectual-SPANISH-2018.pdf