CONDUCTAS DESAFIANTES













Dentro de la población con discapacidad intelectual, entre el 10% y el 15% de estas personas presentan graves alteraciones de conducta. Hablamos de aquellas conductas que, debido a su alta frecuencia, duración o intensidad, y a su impacto sobre  la persona y la sociedad, generan una limitación significativa en su participación social, o ponen en riesgo su integridad física o la de los demás.


  
      Habitualmente los problemas de conducta se pueden agrupar en conductas autolesivas, heteroagresividad o daño a otros, destrucción de objetos, conductas disruptivas, hábitos atípicos y repetitivos, conducta social ofensiva, y conductas relacionadas con el retraimiento o el negativismo. A mayor edad del sujeto las tasas de prevalencia disminuyen y, por el contrario, dichas tasas aumentan a mayor grado de afectación intelectual o funcional, principalmente ligada a limitaciones sensoriales o comunicativas.




Adaptación al entorno

     La práctica profesional confirma que una parte considerable de las alteraciones del comportamiento no son más que una respuesta de adaptación al entorno de la persona y a menudo suponen un medio de comunicación.  Desde esta perspectiva, estas conductas son debidas  a limitaciones significativas en las capacidades de control del entorno, interacción social y comunicación. De este modo, la conducta problema resulta obviamente propositiva, por lo que su desaparición ha de ir acompañada de un medio comunicativo adecuado, además de la creación de contextos previsibles y controlables para llegar a desarrollar adecuadamente la función comunicativa.

     Las alteraciones del comportamiento pueden responder a diversas causas, de tal forma que un mismo tipo de conducta autolesiva o heteroagresiva puede atribuirse a orígenes totalmente diferentes que conllevan una actuación específicamente distinta. Por ejemplo, la conducta de morder a un compañero o de golpearse a sí mismo la cabeza contra una superficie podría ser el resultado de un problema de salud, al tratarse de la manifestación de dolor o malestar físico, constituir un medio de comunicar o expresar un deseo, necesidad o demanda subyacente (sed, hambre, objeto o actividad de interés, persona…).


   

    Liberar tensión

     También podría ser una forma de estimulación, un modo de liberar tensión, una conducta de evitación para escapar de situaciones no deseadas, una demanda de atención, el resultado de una baja tolerancia a la frustración, un modo de evitar situaciones potencialmente estresógenas (ruido, desorden, cambios…), un signo de un cuadro psicopatológico o la expresión de un fenotipo comportamental, propia de un síndrome específico. Y es que como ocurre con los icebergs, por debajo de la parte visible existe una parte oculta mucho mayor y, por debajo de la forma del trastornos de conducta, se encuentran sus causas cuyo peso e importancia es mucho mayor

     Los problemas de comportamiento son complejos y suelen tener un origen remoto, cuando hablamos de adultos, además de afectar a muchas personas y a diversos contextos. Por estos motivos la intervención requiere integrar diferentes estrategias de forma simultánea y desde una perspectiva global. Resulta necesario valorar todas las condiciones físicas, médicas, psiquiátricas, psicológicas, sociales y programáticas que convergen y afectan a la conducta. Dicha valoración nos ayuda a comprender a la persona en su  contexto y nos permite elaborar un proceso de planificación positiva de su futuro, a través del cual se consigue una mejora tanto del problema de conducta como de la calidad de la persona en su conjunto.



Función comunicativa

      A menudo la conducta problema puede estar resultándole útil a la persona para obtener entornos o actividades más ajustados a sus capacidades y preferencias. Es por tanto fundamental identificar la posible función comunicativa que puede subyacer a la conducta problema (obtener estimulación sensorial; conductas de evitación;  demandar atención o iniciar contacto social; evitar o escapar de una situación; obtener objetos o actividades; expresar emociones; reducir ansiedad, etc.).

     Para una mejora consolidada de los problemas de conducta el abordaje de las mismas ha de orientarse a la modificación de contextos disfuncionales, la garantía de actividades, interacciones y experiencias significativas y normalizadas y la comprensión del individuo en su contexto y teniendo en cuenta sus valores, preferencias, aspiraciones, necesidades y capacidades. Se requiere una intervención global que en lugar de centrarse tanto en el control o la disminución de la conducta problema, se centre en crear y apoyar contextos que incrementen la calidad de vida de la persona. Ha de tratarse de estrategias dirigidas a prevenir el problema y basadas más en la modificación del entorno, la enseñanza de habilidades y el control de antecedentes.


  
Dimensión educativa

     La dimensión educativa por tanto adquiere un papel esencial con el fin de instaurar nuevos comportamientos sustitutivos de la conducta problemática, de forma que se convierta en innecesaria. Siempre que queramos una intervención eficaz a largo plazo y, una vez conocida la función de la conducta problema, el objetivo se dirige a entrenar a la persona en habilidades alternativas socialmente aceptadas que posean la misma función que la conducta desajustada. Buscamos un modo de controlar las consecuencias para convertir la conducta problema en irrelevante y enseñar habilidades alternativas eficaces y funcionales.

     

     Se ha de entrenar a la persona de habilidades alternativas eficaces y socialmente aceptables que le permitan  cubrir  sus necesidades y desenvolverse adecuadamente en su entorno físico y social. También se crearán entornos motivantes, cálidos, estructurados y ajustados a los intereses de la persona. Su programación debe contener actividades ajustadas a sus capacidades, atractivas y con posibilidades de elección. Y todo ello compartiendo actitudes de trabajo en equipo, empatía y respeto hacia la persona que guíen todas nuestras actuaciones.




Problemas funcionales

     Por tanto, y respondiendo a la pregunta que nos hacíamos al principio, los problemas de conducta han de entenderse como funcionales. Las conductas problemáticas tienen una función para la persona y se relacionan con el contexto. Muchas de estas conductas sirven para comunicar una intención (cubrir una necesidad, expresar una demanda, etc.) y tienen un determinado propósito. Diversos estudios señalan que en un 60% aproximadamente se podría detectar, tras una evaluación completa, cuál es la función comunicativa que se está expresando. El objetivo será por tanto, convertir las conductas problema en ineficaces o irrelevantes e instaurar otras alternativas más funcionales.




     https://www.actasanitaria.com/los-problemas-de-conducta-en-las-personas-con-discapacidad/ 












ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO